Al habla con mi nieta
Es muy emocionante, cuando no
está muy lejano el día en que amaneciste viuda. Terrible palabra cuando el
destino te llega de repente a causa de un infarto, pero la vida sigue y recibes
la primera nieta, un ser que en su
sangre lleva algo de aquel que fue en tu vida todo. Es maravilloso ver crecer a
los que más tarde vienen llegando, es lo más bonito que le puede pasar a una
abuela, y ahora ya bisabuela.
Enseñarles sus primeros anjos,
sus primeras experiencias, sus primeros chichones… pues caminar por este mundo no es nada fácil.
Poco a poco, como es natural, llegan a esa edad que para mí tiene su encanto. ¿Y esto qué es? ¿Por qué? Ahí es nada,
con toda su ingenuidad te está pidiendo que le enseñes a vivir. ¿Y tú, cuando eras pequeña, no tenías tele y
móvil y ordenador y… y… y… y...?
No, cariño, cuando yo nací, había
en casa una salamandra o estufa de carbón que había que encender y alimentar
todo el día, así como la cocina llamada económica que igualmente se alimentaba
de carbón. La mamá nos calentaba los
camisones poniendo en un plato un poco de alcohol, los camisones se hinchaban
con calor que subía de la llama que no comprendo ahora cómo no se incendiaban,
pues jamás se quemaban. Las chicas no llevábamos pantalones y, a pesar de los calcetines
de sport, los días de frío las rodillas y hasta el “lipurdi” se nos quedaban
helados. Jugábamos con los cromos, las tabas, al vale y sobre todo a saltar a
la comba. Para lavar la ropa, la criada iba al río y nos llevaba a nosotras que
lo pasábamos en grande. No teníamos bicicleta. Lo que tuvimos fue una pequeña máquina
PATE BABI de cine y veíamos películas del gato Félix, de Max Linder, etc. En
casa había una radio, pero yo la recuerdo como cosa de mayores, pues para la
gente menuda, hasta que no fui muy mayor, no disfruté de una de galena que
fabricó mi hermano con una caja de zapatos y unos auriculares que pinchándoles
en la piedra te permitía oír radio SEU, que estaba a la vuelta de la esquina en
la calle Diego de León en Madrid.
Yo vivía en Tafalla (Navarra), un
pueblo que poco tiene que ver con el de ahora, a 30 Km de Pamplona, la capital,
pocas eran las personas que viajaban a diario en el único autobús que salía a
las 8 y en el que no podías volver hasta la tarde. Para comprar algún pequeño
recado, existía una recadera a la que se le daba el encargo por unas pocas
pesetas, se llamaba la Chipana. No
pasaban coches por la carretera, por la que se podía circular tranquilamente,
pues hasta las cinco que llegaba la Tafallesa no había problema. En Tafalla, no
había instituto ni complejo deportivo con piscinas, ni pasos de peatones, se
paseaba por la carretera .Los bancos de la plaza eran de piedra y cuando en el
invierno jugábamos a las tabas el “lipurdi” se nos quedaba pasmadico. Los
suelos de la plaza y de los jardines eran de tierra y, aun así, aprendimos a
bailar la jota.
Compara como vivís ahora, con
casa con calefacción, teléfono y hasta un móvil para cada uno, bici para cada
hermano, coche en la puerta, televisión panorámica, un ordenador en cada cuarto
para que podáis estudiar con independencia, Instituto y piscina en el pueblo,
el subir y bajar a Pamplona es como si vivieras en un barrio de la capital.
Autobuses a todas horas. Pensando que la Vía Insurgentes de México tiene no sé
cuántos kilómetros, esto es un paseo, cosa que hacía frecuentemente Coronas, un
boticario que con su bastón en ristre se iba a la capital a pie.
Es una pena que una generación
con bastante sapiencia encima, con tantas experiencias vividas, no las podáis
heredar, pues aunque cada generación lleve los genes de sus padres, en realidad
se nace de nuevo a cero. Para que la sociedad a la que el mundo ha llegado no
siga cometiendo tantos errores, que nadie os tome el pelo, que consigáis unos
gobiernos inteligentes y, sobre todo, lo que se dice de buenas personas.
Estudiad, leed todo lo que podáis
y espero que no os coman el coco las muchas mafias de uno y otro signo que
pululan por todo el mundo.
Espero que lleguéis a ser
inteligentes, trabajadores, honrados y, sobre todo, libres de pensamiento, que
es el mayor don que hemos recibido de la madre naturaleza. A pesar de todo,
creo que el mundo que os dejamos es muchísimo mejor que el que recibimos, sobre
todo NOSOTRAS.
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