EL PASEO
Era una pocha y triste tarde de otoño, parecía invierno, la temperatura
rondaba los cero grados, el cierzo soplaba con fuerza y el cielo era un mar de
nubes que como fantasmas se veían pasar desde el ventanal del cuarto de estar. Los
niños llevaban todo el santo día en casa, por lo tanto ya habían jugado a los
cromos, al parchís, a las tabas, al juego de la oca, e incluso al ping pong, al
futbolín, etc. La terrible pregunta, ¿y ahora qué hacemos?, se aproximaba…
¡A comer!, se escuchó como un canto
celestial desde la cocina y las mesnadas infantiles, no os he dicho que eran siete
con edades comprendidas entre los 10 a los escasamente 2 añitos, entre primos
de una y otra hermana, volaron interesándose por el menú.
Ni que decir tiene que alguna voz decía Jo, a mí
no me gusta eso, pero el menú fue desapareciendo rápidamente de
la fuente haciendo gozar a padres y abuela al contemplarlos a todos tan alegres
y sanotes. Por supuesto, para la abuela los más guapos del mundo.
Parece ser normal que, después
de bien comido, al cuerpo le entre una especie de sopor. ¡Bendita siesta
hispana!, pero en este día tan extraordinario en mi casa el sopor dijo nanai,
al menos en los cuerpos de los peques y hasta la abuela empezaba a agotarse. Así
que, bendita la idea que tuve de repente, ¿qué os parece si nos damos la vuelta
al río? Sí, sí, dijeron todos al unísono. Después de poner botas, gorros,
bufandas y guantes a los mas pequeños, la sufrida madre y tía salio de casa con
la tropa.
El paseo, que pensaba yo no iba ha tener mayor atractivo, resultó un
éxito. De repente dije: Mirad aquella
nube, parece un perro; los siete clavaron sus ojos en el cielo y empezaron
a mirar. Mirad allá, aquélla parece un pájaro, allá se ve como un elefante, mirad
aquélla, parece la profe de gimnasia. El más pequeño tiraba de mí para
decirme, Mira mamá, ¿verdad que aquélla
parece un ángel?
Cruzamos el río por la presa, que estaba seca, y como era la primera vez
que la cruzaban los peques, fue para ellos toda una proeza.
Llegamos a casa tan contentos todo el mundo, olvidando el frío que
habíamos pasado. La abuela nos recibió satisfecha, después de haber podido
disfrutar de una tranquila siestecita, celebrando los colores tan preciosos que
traían en sus caras. Ellos no paraban de contarle lo bien que lo habían pasado
y la de cosas que habían visto en el cielo. Los más pequeños, apoyados en su
regazo mientras ella les frotaba las manitas para que entraran en calor, se
quitaban las palabras de la boca queriendo ser el uno y el otro el que contara
a la abuela su historia.
Con un buen chocolate hecho, con barritas de pan frito para untar,
entramos todos en calor rápidamente.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario