“VOLANDO VOY, VOLANDO VENGO”
ENERO DE 2018
Este es el título que se me ha
ocurrido hoy para plasmar en mi blog los acontecimientos del pasado mes de
diciembre, ese maravilloso mes en el que disfruto de las Navidades y del fin de
Año en familia. Cierto es que este año me ha tocado vivirlo con altibajos a
nivel de salud - que se hizo extensible a varios miembros del clan- pero, por
suerte, solo se trató de un virus aunque pareciera una verdadera epidemia. Casi
la víspera de Nochebuena llegaron Eduardo y Hélene cargados con sus maletones y
sus encargos. Con su llegada, pude delegar mis ideas culinarias y mis programas
de menús para cada día y dejarlo en sus manos. Le facilité mi tarjeta de Eroski
y yo a descansar y a disfrutar de su compañía. Enseguida aparecieron en escena
Elisa y Nicolás con la alegría mayor de la casa, el pequeño de la familia,
Tristán, que con su añito y pico ya anda y come como una lima – ¡cómo disfruté
dándole de comer, cuchara en mano y boca bien abierta!-. Es una alegría que
compensa toda la revolución en que se convierte mi hogar. Poco a poco, como los
asistentes al mejor de los espectáculos, fueron llegando el resto de los
miembros de mi familia hasta alcanzar los 25 comensales en Nochebuena, que se
dice pronto. Suerte que cuento con un comedor en el que enlazamos hasta cuatro
mesas de distintas dimensiones y nos colocamos todos perfectamente organizados
(como suele apuntarme alguna de mis nietas, “¡qué suerte abuela que no tienes
un pisito de estos de 90 metros que nos intentan vender a los jóvenes hoy!”).
Me encanta ver cómo se organizan y se ayudan los unos a los otros. Pudimos
saborear un riquísimo salpicón, con la estupenda vinagreta que trajo Paloma.
También dos estupendos capones rellenos que Eduardo asa con mimo y paciencia. A
mediodía, las croquetas de Eduardo que hacen las delicias de mis nietos, junto
con el foie, el salmón marinado de Marisa, la compota de Paloma, la macedonia
de Jesús y Fefa, y tantas otras cosas exquisitas con las que podría llenar una
entrada de blog completa. No puedo olvidar y no podía faltar la tradicional
sopa cana, un postre típico en mi casa, que en Año Nuevo degustamos con la
grasa de los capones que habíamos cenado la noche anterior. Tampoco los
calamares de Luis, los turrones o los polvorones riberos (y eso que había
pasado la noche en vela por prescripción médica…).
Y, entre plato y plato, no podía
falta la música de varios de los artistas que componen mi prole que, valiéndose
de más de una guitarra, tambores y hasta micrófono con efectos, compusieron la
melodía de unos días inolvidables.
Dicen que después de los grandes
momentos siempre quedan recuerdos inolvidables. Y las Navidades de 2017 forman
parte ya de la memoria de todos los que la vivimos y compartimos.
Gracias a todos los miembros de
esta maravillosa familia que tengo. El año que viene más y mejor pero, mientras
tanto… ¡VIVA LA REPÚBLICA INDEPENDIENTE DE MI CASA!
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