miércoles, 8 de octubre de 2008

ESCENA DOMÉSTICA

He empezado el nuevo curso de lectura y escritura, y la verdad, me encanta. El primer día hemos estudiado la vida de Emily Dickinson, nacida en 1.830, y la tarea que hemos de hacer las alumnas consiste en describir, como si fuésemos Emily, una escena familiar.
Allá voy, a ver lo que se me ocurre...

ESCENA DOMÉSTICA

La vida de mi familia normalmente transcurre en el salón, hermoso y soleado, con dos formidables ventanales, por los cuales se puede contemplar el jardín. La abuelita es la que más disfruta de la bella vista de rosas, árboles frondosos, peonías, hermosos macizos de hortensias de distintos colores etc. Cuando el rocío mañanero los adorna con sus pequeñas gotitas, y si el sol sale cuando el rocío esta en su plenitud, se pueden contemplar pequeños arco iris que nacen de cada gota.
Mi madre entra y sale muchas veces a asegurarse que la abuelita está bien, pues es muy anciana, y tiene su corazón ya cansado de vivir. Le parece que en cualquier momento puede fallarle. A veces me cuenta lo distinto que fue su tiempo. Cuánto añora los días de miriñaque y lindos abanicos, las tardes de lectura en familia, los paseos junto al lago donde, a hurtadillas y dulces miradas, conoció a mi abuelo, las salidas a misa, siempre pensando en distraer a la obligada carabina, y la tristeza que sentía de ser la única de toda la familia que estaba viva.
Los ojos de mi abuela eran como una enciclopedia. Aquella era mi habitación preferida. Me pasaba la vida leyendo, primero cuentos infantiles, después biografías de gente famosa, y por último descubrí lo que más prefería, la poesía.
Fue como si una legión de maravillosas mariposas llenara mi mente. Me encerré en esa espiritual y etérea dimensión. Mi musa cuando llegaba era para mí como una borrachera de ideas románticas y de sueños hechos realidad. Yo volaba por ese mundo maravilloso de la poesía. Casi no veía la magnífica chimenea que había en el salón a la izquierda del ventanal, con los candelabros de plata y el reloj de alabastro sobre peana de mármol negro. Encima un gran cuadro al óleo representando a mi tatarabuelo Alfonso. La gran mesa de ébano siempre con su mantel de encaje blanco y su hermoso centro de flores parecía decirte: "¡ os espero a toda la familia para la cena !". Además, allí estaba el bonito costurero de la abuelita, con sus patas torneadas de maderas exóticas, traído por un antepasado de Cuba, adonde le tocó ir a una de las muchas e inútiles guerras. Los hilos de colores, los ganchillos de distinto grosor, las agujas, gomas y demás utensilios propios para trabajar en las eternas tardes de un mundo.
Ese mundo de mi abuela, era sin teléfono, sin timbres, sin gramófonos, sin ruido, con una atmósfera propicia para encontrar a tu musa, tan sólo el silencio para encontrar tu musa y escribir.

1 comentario:

Edorta dijo...

ánimo con ese nuevo curso de escritura sobre obras y personajes y, a ver si van "p'alante" tus memorias....
eduardo