viernes, 23 de agosto de 2013

VIVENCIAS DE UN DÍA DE FIESTAS

Un año más he disfrutado de las fiestas con casi todos los hijos y nietos viniendo a comer con la bisabuela, que soy yo. Una maravillosa experiencia, aunque dentro de un precioso desgobierno. La hora de la comida no se sabe nunca cuál va a ser, varía entre las tres y las cuatro de la tarde, sin prisa, eso sí con buen humor y paciencia. El número de comensales desconocido hasta el momento de poner la mesa, que por supuesto es la juventud la que coloca mesa y mantel. Yo que con mi rodilla este año he estado a medio gas, tranquila, sentada y escuchando todos los días la misma cantinela. ¿Cuántos estamos?; respuesta: creo que doce; otra voz en off que corrige: no, creo que viene... por lo tanto somos catorce. Suena el teléfono: oye que dice fulano que viene. Perfecto, se pone la mesa y cuando sale el primer plato aún se abre discretamente la puerta y aparece Silvia, una maravilla. Por el contrario hubo un día que solo éramos tres, y me dice Elisa: me voy que vienen unos buenos amigos de los papás con su hija a tomar el aperitivo al bar. ¡Hombre, qué ocasión para que suban a comer y así me ayudan a limpiar nevera! Dicho y hecho, resultó la comida de lo más agradable. Lástima que Hélène tuvo que volar para atender a su madre que está muy delicada y la habían ingresado en el hospital. Esto, la muerte recientemente de uno de mis consuegros en Zaragoza, así como la situación de los otros de aquí, que también están muy pochos, se sobrelleva con la llegada de mi biznieto Aimar y la ilusión de que espero el segundo. Así es y ha sido siempre esta puñetera vida. Como se dice en mi hermosa tierra, a pesar del de turno que se empeña en amargarnos la existencia, NAVARRA SIEMPRE P’ALANTE